NO ENTIENDO CÓMO ALGUIEN PUEDE VENIR A LA IGLESIA ASÍ… ¡LUEGO LA ENFRENTÉ Y SU RESPUESTA ME DEJÓ EN SHOCK!

Era un domingo cualquiera. La iglesia estaba llena de familias, ancianos rezando en silencio y niños que jugaban entre los bancos mientras sus padres intentaban mantenerlos quietos. Todo parecía normal… hasta que ella entró.
Una mujer de aspecto llamativo, con tatuajes desde el cuello hasta los brazos, un peinado rebelde y una camiseta sin mangas que dejaba ver cada detalle de su piel marcada. Desde que la vi, mi primera reacción fue de juicio.
Pensé: “¿Cómo se atreve a entrar aquí, en un lugar sagrado, vestida así? Esto es una falta de respeto”.
Me incomodaba su presencia. Notaba cómo algunas personas murmuraban, cómo otras desviaban la mirada, y cómo algunos incluso fruncían el ceño. Yo no podía dejar de mirarla con cierto enojo.
La confrontación
Cuando terminó la misa, la vi sentada sola en una esquina del banco. Algo dentro de mí me impulsó a acercarme. Confieso que lo hice más por reproche que por compasión.
Me incliné hacia ella y, con un tono más duro de lo que debería, le dije:
—Perdona, pero… ¿no crees que tu forma de presentarte en la iglesia no es la adecuada?
Ella me miró fijamente, con los ojos brillantes, pero sin rabia. Guardó silencio unos segundos y luego me respondió con una calma que jamás olvidaré.
La respuesta que me dejó en shock
—Yo sé lo que la gente piensa cuando me ve —me dijo—. Creen que soy una rebelde, que no respeto nada, que estoy aquí por casualidad. Pero cada tatuaje que ves en mi piel tiene una historia.
Me mostró su brazo y señaló una figura.
—Este me lo hice cuando estaba en rehabilitación. Fue mi recordatorio de que podía volver a empezar.
Se tocó el cuello.
—Este representa a mi hijo. Perdí la custodia durante años por mis errores, y cada vez que lo veía, me juraba que algún día volvería a ser la madre que él merecía.
Finalmente, se llevó la mano al corazón.
—Y este… este me recuerda el día en que decidí no quitarme la vida. Ese día recé, aunque no sabía cómo hacerlo, y sentí que Dios me escuchó. Desde entonces, cada domingo estoy aquí. No vengo para que me miren. Vengo porque aquí encontré la fuerza que me salvó.
El silencio en mi interior
No supe qué decir. Sentí vergüenza. Todo el tiempo que estuve juzgando su apariencia, ella estaba librando batallas que yo ni siquiera podía imaginar. Yo había visto tatuajes, ropa y una apariencia distinta; ella, en cambio, traía consigo un testimonio de lucha, de fe y de redención.
De pronto entendí que la iglesia no es un museo de santos, sino un hospital para heridos.
Reflexión final
Salí de aquella conversación completamente transformado. Comprendí que muchas veces los prejuicios nos ciegan. Creemos que alguien “no encaja” en un lugar sagrado porque no se viste como nosotros, porque luce diferente, o porque lleva en su piel marcas que no entendemos.
Pero la verdad es que Dios no mira los tatuajes ni la ropa… mira el corazón.
Desde ese día, cada vez que entro a la iglesia y veo a alguien diferente, recuerdo a esa mujer. Recuerdo su fortaleza y su fe. Y me repito: “Nunca juzgues un libro por su portada”.