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Solo quería despedirse con un beso… pero él despertó del coma

Una enfermera se atrevió a robarle un beso a un millonario que yacía en coma, convencida de que jamás volvería a abrir los ojos… hasta que quedó impactada cuando él, de pronto, la atrajo hacia sí.
En el silencio de la unidad de cuidados intensivos, donde el pitido constante de las máquinas sonaba como una interminable melodía, Valeria, una enfermera de 26 años que trabajaba en el turno nocturno de un prestigioso hospital privado en Ciudad de México, nunca sospechó que un impulso imprudente cambiaría su destino para siempre.
Un beso robado en los labios de un hombre que no se movía desde hacía dos años desató una tormenta que transformó por completo el rumbo de su vida.
Su rutina diaria era sencilla: ajustar sueros, cambiar vendajes, vigilar los monitores y, sobre todo, cuidar a un paciente: don Alejandro Torres. Alguna vez, su nombre fue sinónimo de poder en el mundo inmobiliario; su rostro aparecía en periódicos y revistas de negocios de todo el país. Ahora, tras un trágico accidente automovilístico, permanecía inmóvil, sostenido únicamente por las máquinas.
Para sus colegas, Alejandro no era más que un caso crónico, un cuerpo suspendido entre la vida y la muerte. Pero para Valeria, atenderlo despertaba algo que no podía explicar. A veces, cuando el sol de la tarde entraba por la ventana e iluminaba sus facciones todavía atractivas, se sorprendía susurrando: “Si tan solo despertara, seguiría siendo un hombre tan imponente”.
Aquella noche, durante su guardia, los pasillos estaban en calma, apenas iluminados por la luz amarillenta de las lámparas. Entró en la habitación, ajustó el suero y se sentó a su lado. Entonces, como poseída por un impulso temerario, un pensamiento cruzó por su mente: “Nunca despertará… ¿qué daño puede causar un beso?”
Su corazón latía con fuerza. Casi rió de sí misma por la idea absurda, pero los meses de soledad, la vigilancia constante y la presencia silenciosa de aquel hombre formaron un torbellino de emociones. Lentamente, se inclinó y posó sus labios sobre los de él.
Solo un instante.
Pero cuando se apartó, lo imposible ocurrió: aquella mano que parecía sin vida se movió. Luego…

…los monitores comenzaron a emitir un pitido irregular, agudo, que rompió la calma de la habitación.
Valeria dio un salto hacia atrás, con el corazón desbocado.

—¡No puede ser! —susurró, llevándose la mano a la boca.

El cuerpo de Alejandro se estremeció ligeramente; sus párpados temblaron, como si una fuerza invisible tratara de empujarlos a abrirse. El pitido del monitor pasó de constante a un ritmo acelerado.

Valeria reaccionó por instinto: corrió hacia el botón de emergencia, pero algo la detuvo.
Un leve murmullo, casi imperceptible, escapó de los labios del hombre.

—¿Quién… eres…? —balbuceó, con voz áspera, apenas un suspiro.

El mundo pareció detenerse.
Durante dos años, Alejandro Torres no había pronunciado una sola palabra.

Valeria, temblorosa, se acercó otra vez.
—Señor Torres… ¿puede oírme?
Sus ojos se abrieron lentamente. Eran de un verde grisáceo, profundos, desconcertantes.

—¿Dónde… estoy? —preguntó con dificultad.
—En el hospital, señor. Ha estado… dormido mucho tiempo.

Un silencio denso llenó el cuarto. Él la miraba, tratando de enfocar su rostro. Luego, con una lentitud casi inhumana, alzó la mano. Sus dedos rozaron la mejilla de ella.

—Tú… —dijo apenas—. Te sentí.

Valeria retrocedió un paso, confundida.
—Debe descansar, no haga esfuerzos, por favor. Voy a llamar al médico.

Pero antes de que pudiera moverse, su muñeca quedó atrapada en la mano de Alejandro.
No con fuerza, sino con una determinación sorprendente para alguien que acababa de despertar del coma.

—No… aún no.
Su voz era ronca, pero firme.
—Dígame una cosa —continuó él, con una leve sonrisa—. ¿Fuiste tú… quien me besó?

El aire se le congeló en los pulmones.
—Yo… no sé de qué habla, señor.
—Sí sabes —respondió él—. Fue como una chispa… un calor que me devolvió.
Valeria quiso apartarse, pero sus piernas no le respondían.

Entonces, él hizo lo impensado: con un movimiento torpe, la atrajo suavemente hacia sí. La enfermera tropezó y terminó casi sobre el pecho del hombre que, hacía solo minutos, yacía como un cadáver viviente.

—No tenga miedo —susurró él, mirándola fijamente—. Me devolviste a la vida.

🌙 Días después

El caso conmocionó al hospital. Los médicos no encontraban explicación lógica a su recuperación súbita. Algunos hablaron de estímulo sensorial, otros de coincidencia. Pero entre los pasillos, los rumores crecían: “Despertó por un beso”.

Valeria evitaba las miradas curiosas. No soportaba la atención ni las preguntas. Sin embargo, cada vez que pasaba frente a la habitación de Alejandro, su corazón latía más rápido.

Una tarde, mientras revisaba expedientes, oyó una voz grave detrás de ella:
—Creí que ya no vendrías.

Era él. De pie. Sin respirador. Con la mirada serena, aunque todavía débil.
—No debería estar fuera de la cama —dijo ella, nerviosa.
—No estaría si no fuera por ti —replicó él—.

Valeria no supo qué responder. Alejandro sonrió con una calidez que desarmaba.
—He pasado años rodeado de poder, dinero y gente que fingía quererme. Pero nadie me habló como tú. Nadie me trató con tanto cuidado. Incluso dormido… lo sentí.

Ella bajó la mirada.
—No sabía que alguien podía escuchar el cariño en el silencio.

Él dio un paso más, mirándola a los ojos.
—Cuando desperté, lo primero que recordé fue el calor de tus labios. No fue un beso de lástima. Fue una promesa.

—Fue un error —susurró Valeria, aunque su voz no sonó convencida.
—Entonces, déjame agradecerte con otro error —respondió él, acercándose.

El tiempo pareció detenerse cuando sus rostros quedaron a centímetros. Ella cerró los ojos, y por un instante, el hospital, las máquinas, el ruido del mundo desaparecieron.

💖 Epílogo

Meses después, Alejandro fue dado de alta. Donó una parte de su fortuna al hospital “por haberle devuelto la vida”, y en especial a la unidad donde trabajaba Valeria.

Una tarde, los periódicos publicaron una foto que recorrió todo el país:
El magnate Alejandro Torres, sonriente, inaugurando una fundación médica…
A su lado, la enfermera que lo cuidó durante años.
Tomados de la mano.

Cuando los reporteros preguntaron cómo empezó su historia, él solo respondió con una frase que hizo sonreír a todos:

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